Un trencaclosques humà de 160 peces

aEsparreguera.com
19/09/2011

Comparteix
Castellers d'Esparreguera

Las acrobacias de los castellers d' Esparreguera dejan sin aliento a cientos de zornotzarras

Una niña pequeña se aferra al cuerpo de otra en lo alto de una torre humana. La estructura tiembla, pero se mantiene erguida. Durante unos segundos, las más de setecientas personas que abarrotan el frontón de Amorebieta retienen el aliento con los ojos clavados en esa frágil figura a cerca de diez metros sobre el suelo. La pequeña, en su puesto de 'anxaneta', levanta la mano en un gesto veloz de saludo y el público estalla en aplausos. Después, rápida como una lagartija, desciende hasta la 'piña' y alguien la toma en brazos. Está a salvo y el respiro del público, acompañado de una sensación de asombro, se deja sentir en el aire.

La maravilla que provocan los 'castells' tiene poco de magia y mucho de ciencia. «Toda la estructura funciona como una catedral», explica Xavier Navarro, el 'cap de colla', que coloca a cada miembro en su puesto y organiza los movimientos para que los pilares vayan creciendo, piso a piso, persona a persona, sobre la cancha deportiva.

La presión de más de un centenar de cuerpos empujándose entre sí es capaz de sostener a los 'segons', que, a su vez, levantan a los 'terços', a los 'quarts' y así sucesivamente hasta llegar a la 'acuxadora' y la 'anxaneta', que coronan la hazaña. «Al haber tanta gente en la 'pinya', el peso queda repartido y los 'baixos' no tienen que aguantar toda la torre», describe el jefe de operaciones.

Así se levanta un puzle humano de 160 piezas. Cada una colocada de tal manera que va absorbiendo un poco el peso de las que van encaramándose en su camino hacia lo alto. «El puesto más sufrido dentro de ese colchón corresponde a las 'crosses', literalmente 'muletas'», reconoce Navarro. «Es una posición durísima, habitualmente ocupada por mujeres».

Fuerza y respiración, claves
Clara Medina lo sabe bien. No en vano, lleva once años cumpliendo esa función en los 'castells'. «El secreto está en la fuerza y en la respiración», revela. Pero no es fácil respirar con un fajín que comprime las costillas, en el centro de la 'pinya', protegiendo a otros con los brazos extendidos y compactando el grupo con los pies de alguien en la cara. «Es realmente agobiante y siempre acabas con alguna contractura», confiesa.

A pesar de las dificultades, el 'casteller' vuelve una y otra vez a fundirse en esa malla de cuerpos que buscan las alturas. «Engancha», argumenta Medina. «Puedes marcharte, pero cuando regresas siempre tienes tu sitio y tu función», justifica.

Ayer mismo, esas torres hechas de huesos y músculos en tensión se levantaron hasta seis veces. Si los ladrillos que las componen son personas, la argamasa hay que buscarla en los doscientos años de tradición que atesora la costumbre. Los 'castells' eran figuras con las que concluían unas danzas populares del campo de Tarragona. «Ahora se han extendido por toda Cataluña», explica Jordi Navarro, coordinador de la Federación de entidades culturales de Esparreguera, que durante este fin de semana han exhibido sus habilidades en distintos enclaves vizcaínos.

Aunque el grupo catalán lleva una década de relación con el Valle de Arratia, la de ayer fue la primera vez que se acercaba hasta Amorebieta. Se trataba de devolver una visita que la Escuela de Música había realizado a esta localidad situada a 40 kilómetros de Barcelona el pasado julio. Los catalanes lo hicieron a lo grande, con cerca de 240 participantes en la exhibición de ayer, entre músicos, bailarines, 'gallos de fuego' y, sobre todo, 'castellers'. «Ha sido fantástico y la respuesta de la gente muy buena», concluyó, satisfecho, Ruper Lekue, director del centro zornotzarra.

Font: www.elcorreo.com